Si no soy capaz de escucharme, ¿cómo voy a ser capaz de comprenderme?
SEGUNDA PARTE - ¿Cómo podemos aprender a escucharnos y aceptar lo que sentimos sin generar ansiedad en nuestro organismo?
AUTOCONOCIMIENTO
Este artículo desvela el impacto de las metaemociones —sentimientos sobre nuestros sentimientos— en decisiones que creemos racionales. Muestra cómo emociones como el miedo o los celos, junto a sus metaemociones (ira por sentir miedo, o miedo al rechazo), crean una ambivalencia emocional que guía nuestras reacciones. Propone que gestionar estas capas emocionales, no reprimirlas, es clave para la autorregulación. Al identificarlas, cuestionarlas y aceptarlas con compasión, transformamos nuestras emociones en herramientas de crecimiento personal, alcanzando mayor bienestar y sabiduría sobre nuestro mundo interior.
En un artículo anterior, exploramos el universo de las metaemociones, ese tercer nivel de experiencia emocional que se define como la reacción que surge al sentir un sentimiento sobre las emociones que ya estamos experimentando. Estas profundas pulsiones no solo influyen drásticamente en la gestión de nuestro mundo afectivo, sino que también moldean gran parte de las decisiones que tomamos en nuestro día a día.
A menudo, nos gusta creer que nuestras decisiones son puramente racionales y conscientes. Sin embargo, nos cuesta mucho más reconocer las emociones ocultas que, desde lo profundo del subconsciente, nos empujan a tomar esas decisiones. En incontables ocasiones, nuestra capacidad de análisis se ve "secuestrada" por el avasallador mundo emocional, impidiéndonos percibir la realidad tal como es. Imagina que, mientras cruzas la carretera, un coche se precipita hacia ti a toda velocidad. Inmediatamente, el miedo se dispara, la adrenalina inunda tu cuerpo y actúas instintivamente para alejarte del peligro: corres hacia la acera o, quizás, te quedas paralizado. Estas reacciones son involuntarias y naturales. Es el miedo el que impulsa a tu organismo a actuar casi como si tuviera vida propia, sin espacio para la reflexión consciente.
Ahora bien, pensemos en una situación diferente. Caminas por la calle y, de pronto, te encuentras frente a tu ex pareja, de quien aún estás profundamente enamorado o enamorada, en compañía de alguien que no conoces. ¿Cómo reaccionarías? Si la sorpresa te toma desprevenido, es probable que esta guíe tu reacción sin que apenas te des cuenta: podrías saludar mecánicamente o, simplemente, evitar el contacto visual. Pero, ¿qué ocurre si tienes tiempo para pensar cómo actuar? Si la distancia que os separa es considerable y ya os habéis visto, ¿qué tipo de reacción podrías manifestar? ¿Sería el orgullo, los celos, la tristeza o, incluso, una chispa de esperanza lo que dictaría tu siguiente movimiento?
Si esa distancia te brinda un respiro, un valioso lapso para la reflexión, la escena se transforma en un complejo campo de batalla donde las metaemociones toman el protagonismo. Ya no se trata de una reacción visceral, sino de una intrincada red de sentimientos sobre tus propios sentimientos. Considera el aguijón de los celos al ver a tu ex pareja con alguien más. Podrías pensar: "No puedo creer que esté con otra persona." Este sentimiento inicial a menudo se ve magnificado por la ira o la frustración por sentirte así. Esta combinación de celos e ira podría impulsarte a una reacción de evitación extrema: cruzar la calle de forma exagerada o fijar la mirada en el horizonte para evitar cualquier contacto. Por otro lado, ¿y si una chispa de esperanza o alegría se enciende al verla? Podría surgir un pensamiento como: "Tal vez hay una oportunidad de que me vea diferente." Sin embargo, esta promesa puede ser rápidamente sofocada por el miedo: miedo al rechazo o a la humillación. Esta capa adicional de temor te llevaría a reprimir cualquier impulso de acercamiento, manteniendo la distancia y ocultando tus verdaderos deseos.
No pocas veces, nuestras emociones entran en una verdadera pelea interna dentro de nuestros pensamientos. Este es el corazón de las metaemociones: no solo sentimos una emoción, sino que también experimentamos emociones sobre esas emociones. Por ejemplo, podemos sentir miedo y, al mismo tiempo, enfadarnos (ira) por sentirnos asustados. Esa ira no es por la situación que causa el miedo, sino por el miedo mismo. De igual forma, podemos sentir alegría y, a la vez, una punzada de tristeza al saber que ese momento feliz es efímero. Aquí, la tristeza es una emoción que sentimos sobre nuestra alegría, por su carácter transitorio. O quizás, experimentar una profunda tristeza pero sentir orgullo por la resiliencia que mostramos ante la adversidad. Ese orgullo es una metaemoción, una emoción positiva en respuesta a nuestra capacidad de afrontar la tristeza. Esta compleja danza de sentimientos, donde uno se superpone o choca con otro, es lo que podemos llamar ambivalencia emocional. No es que una emoción anule a la otra, sino que coexisten, creando una rica y a veces confusa experiencia interna. Es como si diferentes partes de nosotros quisieran ir en direcciones opuestas al mismo tiempo.
Por tanto, controlar las emociones no significa reprimirlas, sino más bien comprenderlas y gestionarlas de forma efectiva. Los mecanismos para trabajar y controlar nuestras emociones, especialmente desde la perspectiva de las metaemociones, implican un viaje hacia la autoconciencia y la regulación emocional. Esté, es un proceso que nos permite no solo sentir, sino también elegir cómo responder a lo que sentimos. El primer paso es el reconocimiento. Necesitamos aprender a identificar no solo la emoción primaria que estamos sintiendo (miedo, alegría, tristeza), sino también la metaemoción que surge en respuesta a ella. Antes de reaccionar impulsivamente, haz una pausa. Respira profundamente. ¿Qué emoción principal sientes en este momento? Una vez identificada la emoción primaria, pregúntate: "¿Qué siento acerca de esta emoción? ¿Me siento avergonzado por tener miedo? ¿Me irrita sentirme triste? ¿Me siento culpable por estar feliz?" Ponerle un nombre a lo que sientes, tanto a la emoción primaria como a la metaemoción, ayuda a desarmar su poder y a ganar perspectiva. Por ejemplo: "Siento ansiedad (emoción primaria) y me siento frustrado (metaemoción) por no poder controlarla".
Una vez que somos conscientes de nuestras metaemociones, el siguiente paso es evaluar su utilidad. No todas las metaemociones son constructivas. Algunas nos impulsan a la acción, mientras que otras nos paralizan o nos hacen sufrir innecesariamente. Pregúntate su propósito: "¿Esta metaemoción me está ayudando a afrontar la situación o me está obstaculizando? ¿Me empodera o me debilita?" Por ejemplo, sentir orgullo por tu resiliencia ante la tristeza es una metaemoción útil; sentir culpa por sentir alegría en un momento difícil podría no serlo. Si una metaemoción es perjudicial, intenta reformular los pensamientos que la alimentan. En lugar de "No debería sentirme así", podrías pensar: "Es normal sentir esto dadas las circunstancias, y está bien permitirme sentirlo".
Esto lleva al siguiente pilar fundamental, la aceptación. La aceptación no significa resignación, sino reconocer que la emoción está ahí sin juzgarla severamente. La compasión hacia uno mismo es clave para evitar la autocrítica destructiva que a menudo acompaña a las metaemociones negativas. Date permiso para experimentar la emoción, incluso si es incómoda. Resistirse a una emoción solo la intensifica. Háblate con amabilidad, trátate como tratarías a un buen amigo que está pasando por lo mismo. Evita el "deberías" y el "no deberías". Reconoce que sentir emociones es parte de la experiencia humana. Recuerda que las emociones, incluso las más intensas, son transitorias. Vienen y van como las olas del mar.
Una vez que hemos identificado y aceptado nuestras metaemociones, podemos aplicar estrategias para regularlas. Si te sientes abrumado por una metaemoción negativa, redirige tu atención hacia algo constructivo. Esto no es represión, sino una elección consciente de dónde pones tu energía. A veces, la mejor manera de manejar una metaemoción es actuar de acuerdo con tus valores, incluso si la emoción te empuja en otra dirección. Si sientes miedo a fallar, pero tu valor es la perseverancia, actúa con valentía a pesar del miedo. Por otro lado, las prácticas de mindfulness y de meditación, entrenan tu mente para observar las emociones sin apego, permitiéndote distanciarte y ganar perspectiva. Trabajar con las metaemociones es un proceso continuo que fortalece nuestra inteligencia emocional. Nos permite trascender la reacción automática y elegir una respuesta más consciente y alineada con nuestro bienestar.
Este trabajo nos ayudará progresivamente a ser conscientes de nuestras emociones, aceptarlas, orientarlas y, finalmente, transformarlas en herramientas para nuestro crecimiento personal y bienestar. A medida que profundizamos en nuestras emociones, desarrollamos una inteligencia emocional más aguda. Esto nos permite no solo entender por qué sentimos lo que sentimos, sino también cómo esos sentimientos influyen en nuestras decisiones y comportamientos diarios. Al reconocer y aceptar esta intrincada red emocional, podemos dejar de luchar contra nosotros mismos y, en su lugar, aprender a navegar por nuestro mundo interior con mayor compasión y maestría. Así, cada experiencia emocional, por desafiante que sea, se convierte en una oportunidad para la autorregulación y para vivir una vida más plena y alineada con nuestros verdaderos valores.




