Cuando los paisajes hablan de ti

“Porque con el paso del tiempo he comprendido que los recuerdos no se marchan: se transforman. Dejan de doler como antes, aunque sigan latiendo en algún rincón silencioso del alma. Ya no buscan volver, solo existir sin herir. Hay días en que su eco se mezcla con la rutina, donde su presencia se disfraza de aroma a café o a roble, de ese olor cálido que impregna el aire y despierta memorias que creías dormidas. Y entonces, por un instante, vuelvo a sentirte cerca… No como una herida abierta, sino como lo que fuiste: una huella que aprendí a mirar sin miedo.”

VOCES DEL ALMA

11/10/2025

brown trees on brown field during daytime
brown trees on brown field during daytime

Ojalá pudieras ver lo espectacular que es este lugar, Miriam.
Ojalá pudieras sentir la brisa de septiembre sobre tus mejillas, sobre esos ojitos color caramelo que bajo el sol adquieren un brillo especial.
Ojalá pudiera compartir esto contigo.

Hay días que se me hacen largos, lo reconozco.
Días en los que mi mente no encuentra el foco, ni el sentido de lo que me ha traído hasta aquí.
Pero otros… otros días son maravillosos.
En esos días mi mente dibuja cada pensamiento con una precisión que ni Fidias, el escultor griego, sería capaz de alcanzar.
—Qué arrogante acabo de ser —me digo entre risas, hablándole al silencio.

Cuando llegué aquí, a la Casa de Redes, traje pocas cosas.
La mayoría las guardé en el viejo baúl de mi abuelo, ese donde escondía el tabaco bajo las mantas que tejía la abuela.
El primer día que lo abrí ya no quedaba ni rastro de los Ducados negros que solía fumar a escondidas sentado en su sillón favorito.
Recuerdo a mi abuela repetirle que no fumase en casa, y a él ignorarla con esa calma desafiante que siempre tuvo.
Era un rebelde, y siempre admiré esa parte suya: esa forma de mirar la vida de frente, sin retroceder ni un paso.
Yo, en cambio, sigo aprendiendo a hacerlo.

Hoy, buscando una manta para salir al jardín —como cada mañana— y tomar el café frente a las montañas, encontré algo que no recordaba haber traído ni guardado ahí.
Era aquel USB que me regalaste después de nuestro viaje a la Costa Brava.

Sin pensarlo, encendí el ordenador y lo conecté, mientras el café empezaba a crepitar a fuego lento en la cafetera italiana colocada sobre la vieja cocina de carbón.
Ahí estaba el título: “Viaje a Costa Brava”.
Dentro, un álbum de fotos. Todo perfectamente ordenado, como a ti te gustaba: cada lugar con su carpeta, cada rincón con su nombre.

Recordé lo mucho que me había gustado verlo cuando me lo regalaste. Ha pasado tanto tiempo…
Antes de abrir ninguna foto, me levanté, fui a la cocina y saqué tu taza, la del "Koalita", esa que se quedó en mi casa y que yo recogí junto con los pedazos de mi corazón.
“Hoy me serviré el café aquí”, pensé.
Tenía fuerza para hacerlo. Me sentía enérgico.
Llené la taza casi hasta el borde, pero sin llenarla, y me senté frente al ordenador.

Las miré despacio, una imagen tras otra.
No hay duda: aquello es un paraíso.
Y, de algún modo, te agradecí el recuerdo, esa manera tuya de dejar todo tan pulcro, tan en calma… como si también quisieras que la memoria pudiera guardarse sin desorden.

Pero lo que más me llamó la atención no fue eso.
Fue descubrir que en ninguna foto estábamos tú y yo.
Solo paisajes perfectos: el mar extendiéndose como un suspiro, las rocas bañadas por la luz del sol, las calles blancas de Cadaqués con sus flores asomando al viento…
Pero ni tú, ni yo.
Ni nosotros.

Y me dio pena.
Esa pena suave, profunda, que llega cuando comprendes que lo vivido no dejó huella visible.
O que, quizá, nunca pretendiste dejarla.

Ver lugares donde estuviste, recordar con quién, revivir cada instante… y notar que no ha quedado ni la sombra de lo que fuimos.
Ni siquiera una marca de agua, una prueba de que alguna vez existimos juntos en aquel lugar.

Supongo que la memoria es eso: un intento torpe de conservar los recuerdos.
Porque, aunque las fotos no nos muestren, yo sigo viéndote en cada una de ellas.
Y me pregunto si alguna vez volveré a mirar esos paisajes sin buscarte a ti en ellos.

Solo es una reflexión.
Una de esas que llegan sin avisar, cuando el pasado decide asomarse un instante y recordarte que sigue ahí,
esperando,
por si algún día
te atreves a mirar de nuevo.

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