Cuando el miedo calla y el deseo grita

“Cuando el miedo calla, no es silencio, es rendición. Y en ese vacío donde antes habitaban las dudas, el deseo se eleva como un grito sin permiso, sin pudor. Se abre camino por la piel, enciende la sangre y desarma las razones una a una hasta dejarlas inservibles. No es ternura, no es consuelo: es hambre disfrazada de caricia, es el fuego escondido en un beso. Y entonces lo entiendes: lo que más asusta no es perderse en otro cuerpo, sino descubrir que por fin te has encontrado en él.”

VOCES DEL ALMA

10/7/2025

Couple embracing intimately in bed
Couple embracing intimately in bed

“Tan solo hace tres meses que estoy separada”, pensaba, como si repetirlo bastara para poner orden al caos de su mente. Era como un recordatorio frío, una especie de advertencia contra sí misma: no corras, no te precipites, no te pierdas. Pero en lo profundo de su pecho sabía que esa cautela era tan solo un disfraz, porque hacía demasiado tiempo que no se sentía así, tan viva, tan despierta, tan ella.

Lucas había irrumpido como un golpe de aire fresco tras varios años con las ventanas cerradas. Por casualidad, si, pero bendita era si se sentía tan necesaria como ansiada. Llevaba demasiado tiempo sobreviviendo sin ilusiones, sin ese cosquilleo adolescente que ahora la sorprendía de golpe en mitad de la noche o mientras se preparaba un café. Y todo se reducía a él. A esa forma suya de mirarla, con unos ojos marrón oscuro que parecían saber más de ella que ella misma. No era solo una mirada, era un asalto, una caricia invisible que la dejaba sin defensas, que hacía crujir los muros que llevaba demasiado tiempo levantando.

“Vale, sí… su mirada es increíble, es penetrante” se decía, sabiendo que aquello podía ser suficiente para desarmarla. Pero no era lo único. Recordar esos labios carnosos, tanto firmes como suaves, la sumía en un torbellino del que no quería escapar. Besaban como si no existiera un mañana, como si cada roce fuera una promesa y un desafío al mismo tiempo. Y entonces la culpa se rendía y la sensatez callaba, porque lo único que quedaba era esa necesidad latente de volver a sentirlos, de perderse en ellos.

La memoria era cruel, porque no solo traía imágenes, sino sensaciones. Su respiración tibia rozando su cuello, provocándole un estremecimiento involuntario. Sus manos con una cadencia precisa, firme y a la vez delicada, como si en cada caricia buscara reclamarla y al mismo tiempo rendirse a ella. Esos instantes donde la besaba con una urgencia feroz que la hacía olvidar dónde estaba, quién era, o cuánto tiempo había pasado desde que alguien la deseara así.

“Esos besos…”, pensaba, cerrando los ojos por un instante, “me hacen temblar, me enloquecen”. Y con ese pensamiento, el deseo empezaba a arder, a volverse cuerpo. Porque lo que había comenzado como un juicio mental, como un intento de calmar la conciencia, se transformaba en una confesión irrefrenable: lo deseaba. Lo deseaba con la intensidad de alguien que ha pasado años en la penumbra y de repente encuentra la llama, la luz que puede iluminar un nuevo amanecer.

Lo recordaba inclinándose sobre ella, sujetándola de la cintura con firmeza, empujándola contra la pared como si el mundo se redujera a ese instante. Recordaba sus labios mordiendo los suyos, sus manos impacientes arrancándole la calma, su piel ardiendo bajo cada caricia. Con él, la pasión no era un lujo: era un lenguaje. Y Miriam, contra todo pronóstico, estaba dispuesta a hablarlo.

Y en medio de ese torbellino interior, comprendió que su miedo no era haber caído demasiado pronto, sino haber descubierto, después de tanto tiempo, lo que realmente era estar viva.

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