Cuando el adiós se quedó entre las sábanas

“Hay despedidas que no se dicen, pero se sienten. Se esconden en una mirada más larga de lo habitual, en un abrazo que aprieta un poco más, en una caricia que intenta memorizar la piel. Aquella noche no supimos decir adiós, pero nuestros cuerpos lo intuyeron. Y entre las sábanas quedó lo que no nos atrevimos a confesar: que ya nos estábamos perdiendo.”

VOCES DEL ALMA

8/5/2025

Macro view of lights in a party in Gettysburg
Macro view of lights in a party in Gettysburg

La voz en la cabeza de Lucas, ese insistente presagio, era la única nota desafinada en el coro de fiesta que inundaba Bilbao. Era 26 de agosto, el último suspiro de la Aste Nagusia, y cada rincón de la ciudad, vibrante de júbilo, para él olía a despedida. Entre el bullicio de las calles, se sentía el peso de un final inminente. Intentaba, sin éxito, acallar el susurro que le repetía que aquella noche sería la última en la que rozaría la piel suave de Miriam, la última en la que besaría sus dulces labios y la última en la que se perdería en sus ojos penetrantes, donde una vez creyó ver la promesa de un amor infinito.

Paseaban, Miriam y él, con los cuerpos cerca pero las almas extrañamente distantes. Acababan de encontrarse, cada uno llegando por su lado, y ya se dirigían a la calle Ledesma para arrancar el día juntos. El griterío de la ciudad los rodeaba, pero en el silencio de sus miradas se cocía un adiós a fuego lento. Dos meses de distancia, desde que Lucas se marchó de Bilbao, habían erosionado el puente que los unía. Su amor, aunque puro y real, se sentía como un equilibrista sobre una cuerda, esperando que el viento, tarde o temprano, lo derribara. Miriam, con su filosofía de "fluir", quería vivir el momento, aferrarse a lo que eran, pero Lucas no podía. Un miedo tan real y tan ansioso lo devoraba por dentro, con la certeza de que, al final, se arrepentiría de no haber disfrutado lo suficiente. Se movían entre la gente, riendo y conversando, pero en cada gesto, en cada palabra, en cada roce accidental de sus manos, él buscaba desesperadamente una confirmación, un anclaje que detuviera la inminente caída.

Aunque Lucas se había marchado de Bilbao hacía ya un par de meses, solo tres semanas atrás habían compartido un viaje por Asturias. Habían recorrido algunos de los pueblos más representativos, dormido bajo cielos estrellados y compartido atardeceres en la Volkswagen California de Miriam. Para ella, esa “furgo” no era solo un medio de transporte. Era su libertad con ruedas, era su infancia recuperada, era esa parte de sí que aún soñaba con escaparse sin un rumbo fijo.

Ya en la terraza, con el rumor de la ciudad de fondo y el calor suave de una tarde de agosto arropándolos, todo se volvió más distendido. El hielo tintineaba en sus tintos de verano y una gilda esperaba ser probada. Por fin, Lucas sintió fluir dentro de la burbuja de alegría y despreocupación que Miriam creaba a su alrededor, aunque a ella no la convencía del todo.

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Parte no incluida

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Se metieron en el taxi cuando la noche ya empezaba a vaciar las calles, pero aún vibraba en sus pieles. Miriam se acurrucó a su lado en silencio, y Lucas dejó que su mano buscara la nuca de ella, acariciándola con la delicadeza de quien teme romper algo sagrado. Desde su rincón, Miriam respiraba tranquila, con la cabeza recostada en su hombro, como si en ese gesto encontrara el refugio familiar que llevaba tiempo buscando. El coche avanzaba por una ciudad que empezaba a calmarse poco a poco, como si el mundo entero se fuera recogiendo en sí mismo. En ese trayecto silencioso, Lucas sintió, con una certeza que no necesitaba palabras, que algo en ellos estaba escribiendo un punto y aparte.

Llegaron al hotel, uno de esos escondidos en las afueras donde el bullicio ya no alcanza ni a hacer eco. La habitación, suspendida casi en el aire, les recibió con grandes cristaleras que ofrecían una vista panorámica de una Bilbao medio dormida, un mar de luces tímidas extendiéndose bajo la noche profunda. Miriam se detuvo un momento junto al ventanal, de espaldas a él. Se desabrochó la camisa con esa lentitud inconsciente de quien no tiene prisa, y Lucas la observó en silencio, con una mezcla de asombro y deseo. No era solo su cuerpo lo que le dejaba sin aliento: era su forma de estar, de habitar el espacio, de ofrecerse sin palabras, de pertenecerse mutuamente por un instante, sin exigencias ni promesas.

Lucas se acercó a ella por detrás, la rodeó con los brazos y la besó como si no existiera un después. Lo que siguió fue puro instinto. Fuego. Tormenta. Se despojaron de la ropa con una mezcla de hambre y ternura salvaje, como si en aquel acto desesperado quisieran decirse todo lo que nunca se habían atrevido a poner en palabras. Hicieron el amor con la urgencia de quien sabe que el tiempo es prestado. El cuerpo de Miriam era un mapa que él creía conocer, pero esa noche lo recorrió como si lo hubieran dibujado de nuevo para él.

Hubo risas entrecortadas, jadeos que se estrellaban contra los cristales, caricias que arañaban la frontera entre el deseo y el dolor. Eran piel, sudor, fuego. Eran un "ahora" que no quería terminar.

El silencio, el verdadero, se instaló en la habitación. Ese que llega cuando ya no queda nada que demostrar, solo la paz que sigue a la tormenta. Miriam se quedó dormida, enredada en las sábanas, envuelta en ese olor a perfume de nuestra piel. A su lado, Lucas también se dejó vencer por el cansancio. No se levantó. En la penumbra, contemplaba el techo, su cuerpo extrañamente ligero, pero su alma cargada de una melancolía que no sabía cómo nombrar.

Giró su cabeza y fijó su mirada en Miriam, tan tranquila, tan ella. Entonces, un pensamiento le atravesó el pecho como una punzada helada: "¿y si esta es la última noche juntos?". Pero se negó a quedarse en esa herida. Se acercó más, deslizando un brazo por debajo de ella para abrazarla, acarició su mejilla con la suavidad de quien teme romper un sueño y le dejó un beso en la frente. Fue una promesa silenciosa, un pacto mudo: guardar esa noche, intacta y perfecta, para siempre. Así, abrazados, se durmieron al pie de la ciudad, con un mar de estrellas iluminando sus almas.

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